La guerra de los clanes by J. V. Jones

La guerra de los clanes by J. V. Jones

autor:J. V. Jones [Jones, J. V.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


Juan el Excavador era una mala hierba, con un hacha enorme y terrible.

Juan el Excavador era una mala hierba y guardaba su inquina en saco de urdimbre.

Un día tropezó con una veta, que hizo sus ojos brillar,

Y un trompazo le asestó. Sí, un trompazo le asestó.

Cuando Crope llegó a la tercera estrofa, de la que no recordaba todas las palabras, únicamente la parte sobre cómo se desprendía el dedo de Juan el Excavador, tenía ya ante sí el muro exterior de la población. Muchos de los pueblos y aldeas más grandes junto a los que había pasado durante su viaje poseían tramos de terraplenes y paredes de ladrillos como defensa. Aquella pared era principalmente una acumulación de tierra amontonada, con una zanja en la parte posterior llena de agua sucia que se había endurecido hasta convertirse en hielo color marrón. Crope se sintió aliviado al comprobar que no existía puerta de acceso, pues temía a los encargados de las puertas, a sus suspicacias y astuta palabrería. Mientras inspeccionaba el terraplén, un anciano que empujaba una carretilla de mano pasó por su lado, y él desvió la mirada de inmediato, pues sabía lo fácil que resultaba a hombres que iban solos sentir miedo ante su persona y no deseaba provocar un alboroto. El anciano iba vestido con las llamativas ropas de un calderero, con un abrigo de lana roja sujetado por una gran cantidad de vistosos cordones, y calzones remendados de color verde y amarillo. Crope se sintió sorprendido cuando el hombre no alteró el rumbo, sino que se acercó, y más sorprendido aún cuando éste se dirigió a él.

―Tú; sí, tú, el que está demasiado ocupado fingiendo que no me ve. ―El calderero aguardó hasta que el otro le devolvió la mirada, y a continuación señaló la ciudad con un dedo enguantado en piel de gorrión que aún conservaba las plumas―. Yo no iría ahí si fuera tú. Madre del amor hermoso, ¡ya lo creo que no! Son mala gente esos cabreros; no acogen favorablemente a los forasteros. Uno pensaría que agradecerían un poco de comercio, atascados aquí en las regiones remotas sólo con cabras y bazofia por toda compañía. Las mujeres todavía se visten con corsés rígidos, ¡por el amor de Dios! Pero ¿echarán una mirada a mis preciosos cuellos de encaje, que hacen furor en el Vor? No, claro que no, muchas gracias. Temían parecer prostitutas, dijeron. ¿Prostitutas?, te pregunto yo... ¿Con este punto? ―El anciano extrajo algo blanco y con volantes de debajo de la lona de la carreta y lo colocó ante el rostro de Crope―. Fíjate en el calado. Es el más delicado que se puede encontrar en el norte.

El aludido inspeccionó educadamente la pieza de encaje. Parecía un poco endeble, pero no lo dijo, ya que no estaba seguro de para qué servía.

El anciano tomó el silencio del otro como señal de asentimiento.

―Eres una persona con buen ojo, por lo que veo. ¿No te gustaría quedarte con un par? Un regalo para tu señora madre y tu.



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